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jueves, 5 de abril de 2012

El Llanto del Limonero

"En homenaje a los niños que mueren cada día por causa de los violentos"
Un rosario cristalino de gotitas de lluvia, se desgaja sobre las hojas de los árboles. Empieza a anochecer y a lo lejos, se escuchan detonaciones que hacen estremecer a Yalú,  el pequeño niño indígena de tan solo cinco años, oriundo de una tribu cercana.
En su comarca, siempre había reinado la paz. Entre las tareas cotidianas, los hombres se  dedican a las labores agrícolas y las mujeres, tejen canastos de yute.  Con frecuencia, los pequeños acompañan a sus padres a navegar sobre largas piraguas, mientras ellos les enseñan a pescar  y en la noche, bajo la prodigiosa luz de la luna, al calor de una fogata, todos suelen reunirse para escuchar a los sabios abuelos de la tribu, contar historias fascinantes de sus antepasados.
Hoy la calma que reinaba entre su gente, se desgarró de dolor ante la cruel presencia de los hombres violentos que irrumpieron en su tierra.  ¡Ahora ya todo terminó!
El regazo dulce del hogar se manchó de sangre y luto que a su paso, ha dejado la tonada triste del “Yaraví”, cuyo eco galopa al vaivén de su aterrado corazón.
Yalú, no logra contener su pánico , ni el temblor de sus manos heridas, que son acariciadas por las gotas de  lluvia, como si todo el cielo se deshiciera en lágrimas, para borrar de sus mejillas tiernas  doradas por el sol, el llanto incontrolable del pequeño.
El precioso tesoro de la paz, que iluminaba la comarca, quedó ultrajado bajo las botas de la infame prepotencia, como un gorrión sin nido y sin aliento, con las entrañas trémulas de frío, esparcidas al viento.
Yalú, recuerda las mañanas cuando corría sobre bellas montañas, enmarcadas entre los colores del arco iris.  Hoy su recuerdo, forma parte del mágico ayer, que quiere abrirse paso entre la bruma de su desconsuelo, y su inocente infancia huye despavorida, entre febriles rictus, buscando de su abuelo la perdida sonrisa desdentada, que se quedó dormida en las columnas de humo que visualiza lejos, como si fueran seres infernales, dementes, que malévolos rugen entre escombros, arrasando a su paso, los cultivos en cierne de maíz, que han sido siempre su fuente principal  para el sustento.
Allí acurrucado inerte, recostado a un árbol limonero, bajo el abrigo de hojas y flores pequeñitas de azahar, Yalú duerme envuelto en la cortina de la noche, bajo la absorta mirada de pequeños luceros que iluminan su frente, con suspiros helados como espinas punzantes, que sus gélidas sienes han teñido con gotitas de sangre, y al beso cristalino que se fugó temblando entre la lágrima de un ángel, las gotitas quedaron trasformadas en chispas de rubí, sobre la frente del niño solitario de tan solo cinco años, que se quedó dormido para siempre, a quien el sol un día  pintara sus mejillas y con dulce primor los pies descalzos, que plasmaron sus huellas inocentes en las entrañas húmedas del fango.

¡Yalú, Yalú!  Acarician tu frente, pequeñas flores blancas de azahar; unas tras otras se desprenden llorando de las ramas heladas... a prisa se deslizan sobre las hojas frías, temblorosas y tristes, de quien tratara en vano socorrerte y te brindó el refugio de sus ramas caídas  ¡Aquel vetusto árbol limonero que hoy desconsolado llora tu partida!

“¡Yalú, Yalú!  El árbol limonero te recuerda en su follaje verde jugueteando, absorbiendo el aroma de las pequeñas flores de azahar, que hoy te coronan tristes sollozando.  El limonero añora tu angelical sonrisa, al descubrir ocultos en sus ramas, nidos plateados y tiernos pajarillos asustados, que fugaces al verte, emprendieron el vuelo y exhibiendo sus plumas de colores  surcaron el azul bello del cielo, para plasmarle una sonrisa hermosa, al astro sol y a todos los luceros”.
Hoy, en la madrugada un pajarillo indígena, de collarcito blanco a quien llaman jilguero, posó sus gráciles patitas en tu frente y ha manchado el plumaje de su cara, con gotitas de sangre que brillan como chispas de  rubí.  En vano el emplumado de canto primoroso, intentó despertarte y ha decidido hacer su morada de paja, entre el follaje trémulo del limonero, para brindarle al árbol su consuelo, por haber hoy perdido a un buen amigo  y su blanca sonrisa de azahares.
Un río caudaloso de cristalinas aguas, te da la bienvenida cuando te ve pasar, en tu hermosa piragua reluciente de hojas temblorosas, que el sol forjó con filigrana  de oro y decoró con flores perfumadas que llorando cayeron del triste limonar.
Yalú: Tu lastimero llanto se ha convertido en risa, al escuchar el canto del jilguero.  La  lúgubre tonada que encierra el “Yaraví”, ahora forma parte de otro mundo. En tu rostro aparece una sonrisa, al contemplar a una Paloma Blanca, con ojos titilantes de lucero.
-Ya no temas Yalú,  pequeño niño de los pies descalzos – Le ha dicho con ternura  la Paloma volando a acurrucarse en su regazo - También a mi me hirieron; puedes mirar debajo de mis plumas justo en el corazón, incontables chispitas de rubí.  Mis alas blancas ofrecí dichosa como sublime emblema de la Paz, para surcar resplandeciente el cielo, impregnando de amor  toda la tierra y el corazón sediento de la humanidad. ¡Pero ya ves pequeño también a mí me hirieron! Tu puedes comprenderme a pesar de tu edad.
Así le dijo la Paloma Blanca, al pequeño niño indio cuyo nombre es Yalú, el de sonrisa dulce impregnada de nácar e inocencia y mejillas doradas de canela, el de los pies descalzos, que tiene una corona de azahares y en sus cándidas sienes, gotas de sangre que al mirarlas  brillan como si fueran chispas de rubí.
La brisa cantarina como niña traviesa juguetea en tu cabello,  a la orilla del río mil bellas azucenas te dan la bienvenida, mientras cantan felices en la lengua  aimará, como si fueran náyades ingenuas, hermosas ninfas blancas que despiertan y sentaditas todas, sumergen en el río con gracia y muy sonrientes, las níveas plantitas de sus pies.
Yalú feliz observa aquel bello horizonte que atento le recibe, con el mágico trino de gorriones y alegres ruiseñores que juegan con las ninfas, vestidas de azucenas y la Blanca Paloma, que acaba de encontrar su dulce nido y acurrucada se quedó dormida en el regazo cálido del niño.
Arrullados los dos apacibles, serenos, navegan en las aguas cristalinas sobre el grato vaivén de la piragua y el aroma exquisito de azahares.
La embarcación dorada se desplaza con el aliento de la amable brisa y suavemente encalla en la  rivera.  Centellean mil fulgores nacarados sobre el lecho del río, es la  Paloma Blanca acurrucada en el hombro del niño, que escondió su cabeza entre las alas, muy cerca de sus cándidas mejillas.
 -Yalú, ¡Te doy la bienvenida a mis dominios!  Ha dicho Negus, el Pastor sonriente que entre sus brazos lleva a una ovejita. El niño ha descubierto que en las rústicas manos del Pastor, también brillan chispitas de rubí que han quedado incrustadas en sus palmas.
A lo lejos se escucha  el balar insistente de un rebaño que llama a su Pastor.
Negus refleja paz y en su rostro se advierte, como si aquel paisaje inmaculado, palpitara en su alma y su divinidad  parece reflejarse desde dentro y reposar sobre sus  bellos ojos, de mirada serena que todo lo ilumina.
Caminaron sin prisa. Incontables destellos emergen silenciosos, de las alas blanquísimas del símbolo supremo de la Paz y con gracia se posan  sobre el follaje espeso de los árboles y en la ovejita que feliz retoza, contestando el balido del cercano rebaño.  Negus y Yalú. Descansaron bajo la sombra de un roble frondoso.
                -Me dormí asustado, recostado al abrigo de un árbol limonero, que lloró muchas flores de azahares  mientas mi pueblo triste, cantaba el “Yaraví” dijo el pequeño Yalú.
Y yo -Dijo el Pastor- oí tu llanto, cuando me disponía a ir en busca de mi oveja perdida.  Al llegar junto a ti, un jilguero trató con su armonioso canto despertarte, entonces decidí traerte de regreso a mis dominios en la piragua mágica del sol.
Una Gacela esbelta de hermosos ojos negros veloz llegó hasta ellos.
-He recorrido sitios muy lejanos - Ha dicho la Gacela- Me desplazo en el mundo de los sueños que viven muchos hombres que encierran sus temores, entre palabras ásperas e hirientes, que acaban con las vidas inocentes, sin pensar que al hacerlo, de verdugos también pueden ser víctimas.  Yo recorro parajes muy hermosos donde existe la Paz.  Disfruto plenamente y vivo cada instante con mucha intensidad, como si la vida se alegrara en plasmar su belleza, aún en los segundos que transcurren. - Estas palabras dijo la Gacela mientras con gracia olfateaba el aire. ¡Maravilloso es apropiarse de todo el universo, yo puedo contemplarlo a través de los ojos sublimes de Negus, mi Pastor!.
 -¿Qué tiene Negus que no tenga otro pastor cualquiera? – Le preguntó Yalú curioso a la Gacela. Tampoco has dicho cual es tu nombre. Yo soy Yalú y tengo que decir, que no todos los días se puede conocer a una Gacela, inteligente y bella como tu.
-Mi nombre es Centella- Respondió la Gacela.  Espero que a partir de este momento, seamos muy buenos amigos.  Negus es el Pastor de todos los pastores.  Su blanquísima túnica simboliza nobleza y el manto rojo que en su hombro adviertes, es emblema del mas perfecto amor.
 -¿Y tu Gacela? Dime: ¿Tu quien eres?- Le preguntó Yalú, mirándole a los ojos con gesto interrogante.
 -Mi nombre te repito es Centella y me fugué de un sueño inmaculado. Respondió la Gacela. Hace ya muchos años me poseía una mujer piadosa, aunque ella no lo supo porque nunca me vio.- Y la Gacela continuó diciendo:
Negus el fiel  Pastor, plantó un hermoso huerto en el alma de aquella gran mujer.  El era el sol que le brindó su luz todos los días y la mujer piadosa lo regaba aún sin darse cuenta, con el torrente hermoso de su fe.
 Una noche la mujer tuvo un sueño que jamás olvidó.  Estaba contemplando un fértil huerto, aunque ella ignoraba que el huerto existía en su alma. Extasiada recorrió con la vista aquel hermoso campo, la brisa acariciaba su rostro. Dirigió la mirada hacia lejanas montañas y mientras observaba  el  paisaje apareció ante ella un gigante muy bello esplendoroso, que opaca en su cenit  al mismo sol.  El gigante lentamente caminaba hacia ella; su cabello castaño llegaba hasta los hombros y al vaivén de la brisa descansaba sobre su manto púrpura.  La túnica muy blanca...tan blanquísima era que podría encandilar a todas las estrellas. Su estatura realmente impresionante pues las altas montañas, apenas conseguían detenerse bajo el coloso ruedo de su túnica blanca.  La diferencia entre El y la mujer era tan grande, que fácilmente puede compararse con la ínfima hormiga, que contempla asombrada  la gran magnificencia de la Torre Eiffel.
               -¡Negus, Negus! -Gritaba la mujer con todas sus fuerzas, saltando como salta una gacela, mientras lloraba de felicidad y su alma alcanzaba, mirando fijamente a los ojos del Pastor, la plenitud de todo el universo.  Y es que la mujer siempre creyó en  El,  aunque en su vida nunca lo había visto.
Así es la Fe genuina - Decía la Gacela - “Ella es quien en su seno concibe a la esperanza”.
Al día siguiente, la mujer piadosa  contaba a su pequeño de tan solo siete años, el sueño que la noche anterior había tenido con el gigante Negus.

               -Prométeme Jacobo, que nunca olvidarás lo que hoy te he compartido.  Nunca olvides que Negus es el Pastor de todos los pastores y también planta huertos de amor y de esperanza, en el alma de aquellos que quieran transformarla.
 Pero Jacobo, dejó hace muchos años de ser niño y en su campo donde pudiera haber un huerto fértil, hoy tan solo hay abrojos poblados de alimañas, que envenenan su vida cada día y carcomen la esencia de su alma.
Esta es la fiel historia que ha contado Centella, la Gacela con voz pausada y triste a Yalú, el pequeño niño indio que atento la escuchaba.
¡Pero siempre hay semillas en el campo!  - Ha dicho Negus el gentil Pastor.  Unas pueden dormir ocultas entre abrojos, hasta que llegue la hora propicia para que lentamente se despierten, también Jacobo al igual que su madre, ha de tener muy pronto su propio huerto fértil.
El ocaso ha posado sus labios silenciosos sobre la sudorosa frente de Jacobo que se quedó dormido, bajo un frondoso árbol limonero, esperando el momento para emprender su lucha vil, sangrienta, contra aquella comarca. Sus botas están llenas de fango endurecido y a su lado reposa una metralla.
Una mano pequeña ha tocado en su hombro...señor, señor...Aquella voz angelical, sonora, le despierta. - ¿Quisiera usted  señor bajarme de esa rama  mi cometa?

Jacobo se incorpora lentamente y al ver ante sus ojos, aquel niño descalzo con mejillas doradas de canela, le parece imposible estar despierto...!El es Yalú, el mismo niño indio  que viera agonizando entre su sueño!.
Con sigilo el abuelo se aproxima y en las alas ingenuas de la brisa, desde su boca agreste  desdentada, se fugó dulcemente una sonrisa.
Oculto en el frondoso limonero, un jilguero entonó su melodía y el imponente ocaso, dibujó  una corona de esperanza, al contemplar a la Paloma Blanca, que en su plumaje guarda chispitas de rubí,  surcando el cielo en soberano vuelo hacia el azul supremo del cenit.

 Marta Lilián Molano L
Fragmento del libro El Otoño en los Ojos de un Niño

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