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martes, 22 de noviembre de 2011

Retazos de mis Vivencias

Nosotros Dos


Cuando los años nuestros ojos nuble 
y sea la juventud vago recuerdo,
 allí estarán los frutos que sembramos, 
en las delicias de un amor supremo.
 Cuando tu boca avejentada ría 
al alegre jugar de nuestros nietos,
 en esa misma boca habrá quedado 
el imborrable fuego de mis besos.  
Cuando ancianos los dos y ya cansados, 
nos sorprendan los años del invierno, 
 estaremos tan juntos como ahora 
viviendo del amor y los recuerdos. 
Allí estarán también nuestros retoños, 
con sus risas, sus llantos y sus juegos
 y será un paraíso construido, 
del mas hermoso amor y el mas eterno. 
Cuando tus dedos temblorosos jueguen 
entre el sedoso pelo de tus nietos
 y a nuestro alrededor todos se sienten, 
para escuchar con atención los cuentos... 
Cuando la vida allí se nos detenga, 
comprenderás que todo no es un sueño, 
que estaremos tan juntos como ahora 
entre el dulce cantar de nuestros nietos. 
Marta Lilián Molano L
(Panamá 1978)



(Una Historia de Amor y de Perdón)
Pequeña de mi ensueño
Supe que tu nombre es Monique. Te imagino como un tierno  capullo hermoso y sonrosado, intentando palpar con tus gráciles dedos, los rayitos de luz que acarician tus ojos y creo contemplar tu candoroso rostro con gracia angelical. Recuerdo cuántas veces anhelé acunarte entre mis brazos. Hoy al saber tu nombre, me decidí a escribir éste mágico cuento en homenaje a ti.
http://horizontedepoesia.blogspot.com/2012/04/la-gaviota-de-oro.html
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En un precioso lugar que Dios bendijo, donde el frío matinal salpicando con gotitas de rocío, juguetea entre praderas y elevadas montañas, hace algunos años comenzó la historia que hoy te cuento.
Al vaivén de la brisa cristalina las mariposas parecen danzar y una gran variedad de hermosas flores, presuntuosas esparcen su fragancia.
El viejo y gigantesco roble que allí habita perezosamente extiende sus ramas y con pausada voz que casi hechiza le cuenta a las mariposas y a las flores, que hace siglos el arco iris,  mezcló muchos colores y en un derroche  inspiración, con un pincel de nácar que le obsequió la luna, pintó las flores y las alas de las mariposas, también pintó las plumas de las aves, las nubes y las altas montañas que estaban a su alrededor.
Cada mañana muy temprano cuando el sol ilumina los cerros empinados y los sauces despiertan a la orilla del río, sobre la tierra fértil se escuchan las pisadas de un joven campesino, que diligente planta con mágicas semillas huertos de variadas especies y árboles de frutos deliciosos.
El solitario sembrador, sonríe al descubrir que astutos conejillos sigilosamente se esconden para averiguar cual es el huerto de las zanahorias. Luego, cuando el se marcha, los traviesos espías de suave pelaje, orejas muy largas y nariz temblorosa y sonrosada, salen de su escondite y desfrutan suculentos banquetes. Después de aquel festín, se quedan profundamente dormidos.
En más de una ocasión, cuando el sembrador recorría su acostumbrada ruta, encontró ruiseñores y gorriones que estaban heridos junto al camino y él, con mucho esmero cuidó de ellos, hasta que los pajarillos recobraron su fuerza y estuvieron listos para emprender el vuelo.
Las manos del sembrador son muy fuertes, ágiles y bellas, aunque en ellas quedaron dibujadas las heridas que la tierra plasmó, en sus largas jornadas de trabajo.
Un atardecer cualquiera mientras el ocaso se recostaba sobre el lecho del río, el joven sembrador se detuvo un momento para descansar. En ese preciso instante, en un lugar lejano una gaviota muy bella, con plumas de oro, ojos de esmeralda y delicado pico de rubí, se escapó de un cuento de hadas. Ansiosa estaba la gaviota aquella, de conocer un horizonte nuevo.
El dorado reflejo de sus alas surcaba el firmamento, y corriendo apresurada, detrás de su esplendor, una joven que también se escapó del cuento, en vano hizo el intento de alcanzarla.
Buscaba la doncella en las colinas, recorrió las praderas y llegó hasta la cima de las grandes montañas, tratando de alcanzar a la Gaviota de Oro, que le había arrebatado su más hermoso anhelo.
Estando ya cansada y muy sedienta, se dirigió al majestuoso sol. El astro gentilmente le aconsejó que se diera prisa en llegar a la tierra del joven sembrador; seguramente el  le ayudaría a encontrar a la Gaviota de Oro, que llevó en su piquito, oculto entre un rubí su tesoro mas bello, el anhelo que ella había guardado celosamente en su corazón.
La joven se dispuso a continuar su viaje. Calmó la sed en una cristalina fuente y bajo la atenta mirada del sol, feliz corrió en busca de su gaviota.
Danzaba entre las flores, con los ojos cerrados absorbía sus fragancias, tan concentrada estaba disfrutando el paisaje, que no se percató de aquel tronco que había atravesado en su camino, y al tropezar en el, rodó por un sendero de peñascos, y espinos que se incrustaban en su piel, causándole dolor y rasgando su precioso vestido que era blanco.
Cuando la tarde decidió marcharse a reclinar su rostro en las piedras del río, el sembrador terminó su trabajo, mientras se dirigía a casa, escuchó que alguien sollozaba.
La naciente sonrisa de la luna iluminó los pasos del joven sembrador. Sus pisadas se quedaron suspendidas dibujadas entre la tierra húmeda.
Fue cuando la encontró, allí estaba la joven con su vestido roto, muy triste sollozando. El sembrador la miró con ternura infinita sanando una a una sus heridas, luego tomándola en sus brazos la llevó a su casa.
-Y ahora, dime niña de mi ensueño: ¿Alguna vez imaginaste acaso, que llegarías a ser parte de un cuento? ¿Recuerdas el tesoro tan preciado que llevó la gaviota en su pequeño pico de rubí? ¡El tesoro, pequeña fue el anhelo de contemplarte a ti!
Aquel lugar por cierto era muy bello, allí se reunían los grillos junto a la quebrada y cantaban dichosos. La noche despertaba como una hermosa dama, con majestuosidad y cuando se escondía entre las grandes montañas, se escuchaba  un arrullo. La noche a veces parecía gemir, era que estaba dando a luz a la mañana y luego la envolvía  con su velo de estrellas matutinas.
Una mañana, delante del viejo roble que había cuidado aquellas tierras, el sembrador y la joven con un beso de amor unieron sus vidas. Sus risas se escuchaban y otro par de huellas más pequeñas quedaban dibujadas junto a las huellas del joven sembrador.
El firmamento entero fue testigo, de lo que pudo ser el mas sublime amor.
Pasaron las semanas y los meses que daban paso austero a los años también, la lluvia sollozaba en mi ventana, yo en silencio pensaba en  mi  gaviota,  la que  llevó en sus alas mi anhelo mas preciado. 
También el sembrador anhelaba tener un capullo especial; un capullo con pétalos rosados y sonrisa de ángel, un precioso capullo que en su tierra, el sembrador jamás pudo sembrar.
Las hojas de los sauces todas se estremecieron, bañadas de rocío parecían llorar. Las aves despertaron, cuando el búho solitario velaba pensativo en su ramita y se escuchaban las pisadas del sembrador que cada vez, se alejaba más. Se ha marchado…Abandonó su tierra -Le dijo un ruiseñor a un precioso quetzal.  Oculta su silueta entre la  noche se perdió. Se marchó simplemente pensando realizar su más íntimo anhelo.
El viejo y sabio roble que durante siglos fue el guardián de aquel bello lugar, meditabundo y triste se quedó dormido;  no ha vuelto a cantar ni a narrar sus historias a las flores.  Sus ramas, poco a poco se secaron y las aves que allí se refugiaban, han empezado a emigrar hacia las altas colinas.
Dos décadas de inviernos y veranos quedaron registradas por el cincel del tiempo, grabadas en los troncos de los sauces que todavía despiertan a la orilla del río.



Esta mañana temprano, un rayito dorado se me posó en la frente. Se filtró suavemente a través de mi ventana y con gran delicadeza se recostó en mi almohada. Su luz cálida y pura acarició mi rostro, como si quisiera hacerme sentir que alguien me amaba.
Lentamente mis párpados se abrieron y pude contemplar a la hermosa gaviota de las plumas doradas, sus ojos de esmeralda parecían mas verdes, como si en ellos hubiera quedado impregnado el infinito verde de los fértiles bosques y la savia de aquel roble gigante, que se quedó dormido para siempre.
Extasiada miraba a mi Gaviota, con su piquito rojo tocando a mi ventana… A pesar de estar cerca también estaba lejos, dos décadas pasaron antes que ella llegara. Fue por este motivo niña hermosa, que preferí no abrirle la ventana.
Ella, al verse en mis ojos  reflejada comprendió mis motivos, y desplegó sus alas. Se dirigió ésta  vez a construir su nido en el ocaso. Cuando se fue, corrí hasta mi ventana y quedé sorprendida, al descubrir el pequeño rubí incrustado en una lágrima dorada. Aquel rubí donde celosamente guardé como un tesoro, el anhelo mas preciado de mi vida.
Hoy cuando desperté dulce pequeña, me pareció escuchar un bello canto con notas musicales de esperanza, que volaba en las alas de la brisa, impregnándolo todo con el fragante aroma de las flores.
Las mariposas de bellos colores otra vez parecían danzar, cuando los rayos del sol coronaban la cúspide imponente de los cerros…Y fue en ese momento, cuando abrí mi ventana que pude contemplar al viejo roble, que estaba despertando, perezosamente extendía sus ramas,  las hojas secas recobraban su color verde esperanza, y una bandada de preciosas aves,  regresaban para buscar refugio entre sus ramas.
Dos décadas quedaron registradas en el reloj del tiempo; sin embargo las huellas que estuvieron plasmadas sobre la tierra fértil, cuando cada mañana la  alborada, susurraba al oído del joven sembrador… Esas huellas ahora ya no existen, en su lugar perduran bellas rosas, son rosas encarnadas que no tienen espinas.

-“Hoy niña de mi ensueño has de saber, que tú fuiste el capullo que yo tanto anhelé”.

Se muy bien que los años han pasado y que en este momento, posiblemente te hayas transformado, en la dulce doncella que  escapó de las hermosas páginas de un cuento.
Por eso niña bella yo guardé la preciosa chispita de rubí, que la Gaviota de Oro me dejó, para dártela a ti.

Marta Lilián Molano L
Agosto 22 de 2005
El Regreso del Sembrador 
(La Gaviota de Oro veintiocho años después)

El Sembrador ha vuelto el de ojos de Miel, trajo con el tres rosas y un precioso clavel.
Las algas le contaron a un alegre quetzal, por el camino angosto hoy le han visto pasar.
El sembrador se acerca me lo dijo la luna, mientras teje sus sueños de perlas y de espuma.

Hace ya muchos años escribí al sembrador, un poema que siempre guardé en mi corazón.
Como si fuera un pacto de la tierra y el cielo y hubiera sido impreso con un punzón de hierro.
Tres décadas pasaron, borrascas y tormentas y tras su larga ausencia, del precioso camino que una vez recorrimos, se borraron sus huellas.
El sembrador ha vuelto hoy preguntó por ti, quiere hablarte al oido, con sonrisa traviesa me lo dijo un jazmín.
Los árboles susurran y la brisa también !El Sembrador ha vuelto, el de Ojos de Miel! Trajo tres bellas rosas y un precioso clavel.
Sus varoniles manos las que yo tanto amé, hoy algo temblorosas emergen en mis sueños como alas de gaviota...
!Como alas de gaviota en las que un día volé, mientras buscaba un sueño que nunca conquisté!
Hablamos brevemente sin rencores ni dudas, sin heridas sangrantes, sin recuerdos distantes, porque estaban dispersos jugueteando en el aire...
Un ríctus de tristeza adiviné en su boca ¿Su boca? Sí su boca, la que tanto besé, la que me supo a mangos, a duraznos y a miel.
Inviernos han pasado coronando sus sienes con escarcha de ensueños, primaveras y nieve.
!El sembrador ha vuelto, hoy escuché su voz!
Su voz como riachuelo refrescando a la hiedra
Como suave caricia de la brisa a la piedra,
Como aroma al desierto, como trigo al hambriento
Como lluvia a la flor...

!El Sembrador ha vuelto hoy escuché su voz!

Marta Lilián Molano L
Noviembre 8 de 2011

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Los Recuerdos esperan en la antesala del ayer, para hacer su debut en el olvido.
 Marta Lilián Molano L  (Abril 30 de 2012)

El Llanto del Sembrador



Aquí está el Sembrador, me lo dijo la luna, 
mientras teje un rosario de sueños y de espuma.
Su alma se entristece, le lastima la espina
de una rosa sagrada que es la flor de su vida.

Después de tantos años, me senté frente a él,
y vi emerger el llanto de sus ojos de miel.
Estrellitas dolientes bañaron sus mejillas
el amor hecho esencia, se asomo a sus pupilas
en gotitas de lluvia revestidas de sal,
como niñas traviesas, que se escapan del mar.

Su dolor infinito, se refugió en mi pecho
y al contemplar sus ojos, trémulos laberintos
bañados de tristeza, de amor y de silencio,
mi espíritu impotente, no sabía qué hacer.

He visto al sembrador que tiene ojos de miel,
del dolor que le agobia, fui testigo también
conmigo había una rosa, y un precioso clavel.

Mi espíritu impotente, se estremece en mi ser,
su alma en llanto brota bañando sus mejillas
gime su ser como cascada triste y mi alma también.

Marta Lilian Molano L
Viernes 31 de Agosto de 2012

viernes, 4 de noviembre de 2011

El Sueño de Una Niña

Dedicado a María Zareth

La niña está soñando con los ojos abiertos como las alas de las mariposas en busca de la flor.
Sus pensamientos de papel navegan, viajan hacia el ayer donde la niña aún era un rayo  de luz  jugando en las pupilas de su padre, un valioso tesoro  en el refugio de  su corazón.
Cuando los sueños duermen  haciendo su festín, en la sonrisa incierta del futuro, es porque hay una niña pensando en esa estrella  que se quedó dormida temblando entre una lágrima de luna, cuando ella era un anhelo… un destello de luz que alegraba los ojos de su padre. 
Hoy la niña quisiera alcanzar esa estrella, la que hace años quiso  ser poema y  fuente de alegría, en el alma de un hombre solitario sembrador de ilusiones, que tiene  ojos de miel. Una estrella apagada cubierta con el manto de la luna una estrella dormida, que no despertará.

La niña tiene un nombre ella es María Zareth, ponle nombre a  la estrella,  y al hombre solitario, aunque vive en tu diario, ponle un nombre también.

Marta Lilián Molano L
Noviembre 4 de 2011