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martes, 25 de octubre de 2011

Nabuco el Príncipe Encantado





Los incontrolables sollozos de un sapo grande y muy feo, interrumpieron la concentración de todos los que estaban absortos escuchando a la bella Garza del Sol.  Ahora las miradas interrogantes y perplejas, se dirigían al lugar de donde provenían tan angustiosos lamentos.  Allí, grotescamente echado de barriga, el gigantesco sapo  estaba sobre una bella flor de loto.
 -Yo también he sido esclavo de mi propia codicia, esclavo de los celos y de la prepotencia.-  Decía el sapo a grandes voces, mientras se sonaba fuertemente  la nariz  y trataba inútilmente  de contener su angustiado llanto.
Yo fui un ferviente y loco enamorado de una hermosa princesa  llamada Jazmín, pero en un impulso de cólera y de celos, la ofendí  hasta hacerla llorar. Entonces apareció el Hada que la protegía  y la convirtió en una fastuosa  paloma blanca,  que emprendió raudo el vuelo y a mi me transformó en el repugnante ser que están viendo. Mi nombre es Nabuco, en épocas pasadas  fui un atractivo príncipe  injusto, orgulloso y prepotente; cuando poseía todo lo bueno que la vida me dio, no supe valorarlo y perdí mis riquezas.  Pero el mayor tesoro al que he tenido que renunciar, es mi hermosa novia la princesa Jazmín, a quien no he vuelto a ver  desde hace muchos años.  Cada noche escucho la voz de su lamento, percibo su fragancia y ya no se que hacer  para remediar ésta pena que me agobia.
Así se lamentaba aquel sapo gigante,  su llanto era tan genuino y desesperado, que muchos de los que estaban presenciándolo, empezaron también a llorar. Pero después de un breve instante, algo inesperado y maravilloso sucedió:
La bella flor de loto donde se encontraba el sapo, se convirtió en el Hada  protectora de Jazmín y tomando al anfibio entre sus manos, lo miró fijamente a los ojos diciéndole:
“Nabuco:  pacientemente esperé éste momento.  Hoy has reconocido tu error, por esto te  devolveré todos los bienes que perdiste”.
Al decir éstas palabras,  el Hada tocó con su dedo índice al sapo  en medio de los ojos y éste se convirtió de inmediato en el hermoso príncipe que había sido. Luego colocó en las manos del príncipe una armónica de oro, para que entonara la melodía que solía dedicar a la bella Jazmín.  Cuando Nabuco entonó aquellas notas impregnadas de amor y de esperanza, una hermosa paloma blanca  se le posó en su mano y al suave toque del Hada Protectora, la paloma se convirtió en la princesa Jazmín.
Todos saltaban y reían  al contemplar el hermoso prodigio.  Solo faltaban los bienes materiales, los cuales recuperarían después de la ceremonia de bodas.
El príncipe Nabuco y la princesa  Yazmín, ante todos aquellos testigos, hicieron votos de amor y de respeto.  Luego sellaron con un beso, su promesa.
Estaban felices y agradecidos pues aprendieron que toda relación debe construirse sobre el fundamento del respeto.  Desde allí se tejen y proyectan todos los sentimientos, teniendo presente, que no somos dueños de nada ni de nadie, pues lo que pudiéramos llegar a tener en nuestras manos, puede esfumarse como la suave arena entre los dedos. 
Por eso  cada dádiva que recibimos, es una flor fragante que  perfuma el ya hermoso terruño de la  vida.  Una flor que proviene de lo alto, donde la luz domina y resplandece la equidad.  El mas bello  tesoro  es aquel que ilumina desde adentro,  aún los aposentos mas profundos de nuestro corazón.  Allí es donde germina la esperanza y se gesta la belleza real que no es perecedera. El Hada entrelaza las manos de los enamorados, luego  toca en su  armónica,  y al vaivén de las notas magistrales, aparece el castillo esplendoroso, un carruaje encantado con caballos de paso, un jardín coronado de mil rosas, gorriones que visitan  las orquídeas, fragantes azucenas  y níveas mariposas.
Un grillo está entonando  su mejor melodía, entre uno y otro brinco, no para de danzar.  Por la importancia del acontecimiento, hoy ha vestido sus selectas prendas;  Vistió un esmoquin de elegante cola, camisa blanca de satín muy fino y el corbatín de seda  color rojo, que siempre buena suerte le ha traído.
Señor grillo elegante, le pregunta un rosa:
¿Porqué percibo hoy en su canto chillón,
Un aleteo muy bello, como de mariposas
¿Será un poema en rima que le canta a una diosa?
¡O acaso hay un motivo que usted, contar no quiera!
¿Será que hoy en su alma nació la primavera,
O llegó la esperanza con aires de quimera
En el trino precioso que escuchó de un gorrión?
El grillo pensativo no sabe que decir,
Entre uno y otro saltoSu corazón se agita, no para de latir…
Se oculta entre las flores, le habla a un ruiseñor
Y esquiva muy prudente los rayitos dorados
Que le tiende jugando, el refulgente sol.
-Señor Grillo Elegante ¿porque no me responde?
Su escuchar se ha marchado ¡Y Dios sabe hasta donde!
Se ha quedado rendido ante una hermosa flor,
“La bella flor de loto”, le robó el corazón.
-Desde hace mucho tiempo, cuando el sapo llorón
Vivía en su inmensa hoja, yo miraba a la flor.
Me enamoró su encanto y su hermoso color
¡Sus pétalos preciosos y su exquisito olor!
Así entre todo ellos el grillo confesó
Que hace ya mucho tiempo, el contempla a la flor,
En las noches de luna, mil veces le cantó,
Mas por temor al sapo, nunca se le acercó.
                        Ante aquel sentimiento de amor, que el grillo elegante reconoció, todos han quedado estupefactos, ¡Quien hubiera imaginado que el esbelto grillo  estuviera así  perdidamente enamorado!

Marta Lilián Molano L
(Fragmento de mi libro titulado Bebé Adrih Sueña)

miércoles, 12 de octubre de 2011

La Princesa del Mar

Marina fue protagonista de una historia de amor  con el capitán de un navío que vino de un lejano continente; la embarcación naufragó, la princesa no pudo rescatarlo y en su fallido intento se abrió  una herida  cerca al corazón, entonces se encerró en una concha gigantesca  a llorar su tristeza. La Princesa enamorada llevaba en sus entrañas a su primer bebé, pero su dolor fue tan grande, que la herida cada vez se hizo mayor  y al empezar el proceso de cicatrización, la princesa se convirtió en la perla mas grande  que haya existido, una perla solitaria  que recorrió los mares, mientras el pequeño príncipe, dormía  en las entrañas de la concha, donde su madre se había refugiado.

Una noche la luna vio a la perla y al conocer su historia  se conmovió profundamente  convirtiéndola  en estrella fugaz y le dio  la misión de realizar su propio anhelo, en la vida de  Marco Aurelio. Marina la  princesa,  con  la facultad adquirida para desplazarse velozmente  en su forma de estrella, buscó  una esposa  adecuada para su hijo y hoy se convertirá en madrina de bodas del príncipe, cuando éste despose  a Soraya  la Princesa de los boreales.
La ceremonia acaba de iniciar. En círculo siete machos de ballenas Yubarta,  se han formado y empiezan a cantar su  bella melodía. Notas altas y bajas  viajan entre las olas  llevando a las hembras un mensaje especial y  un millar de gaviotas se refleja como si fueran rosas blancas que emergen sobre el cristal precioso de las aguas.
Se miran dulcemente mientras unen sus manos y sellan con un beso la nueva vida que hoy inician,  luego se dirigen a su castillo que está  en las profundidades del gran río Amazonas.
 Marina  la Princesa madre  va con ellos.  Le siguen seis delfines que juegan y compiten y el millar de blanquísimas gaviotas formando un bello manto,  el velo de la novia.  La Princesa Soraya   cabalga feliz,  del brazo del Príncipe  sobre el lomo de un delfín real.

Marta Lilián Molano L
(Fragmento de mi libro: Bebé Adrih Sueña)

domingo, 9 de octubre de 2011

El Llanto del Limonero


En homenaje a los niños que mueren cada día por causa de los violentos
Un rosario cristalino de gotitas de lluvia, se desgaja sobre las hojas de los árboles. Empieza a anochecer y a lo lejos, se escuchan detonaciones que hacen estremecer a “Yalú”,  el pequeño niño indígena de tan solo cinco años, oriundo de una tribu cercana. La calma que reinaba entre su gente, se desgarró de dolor ante la cruel presencia de los hombres violentos que irrumpieron en su tierra.  ¡Ahora ya todo terminó! El regazo dulce del hogar, se manchó de sangre y luto, que a su paso, ha dejado la tonada triste del “Yaraví”, cuyo eco galopa al vaivén de su aterrado corazón.
Yalú, no logra contener su llanto, ni el temblor de sus manos heridas, que son acariciadas por las gotas de la lluvia, como si todo el cielo se deshiciera en lágrimas, para borrar de sus mejillas tiernas, doradas por el sol, el llanto incontrolable del pequeño.
“El precioso tesoro de la paz, que iluminaba la comarca, quedó ultrajado bajo las botas de la infame prepotencia, como un gorrión sin nido y sin aliento, con las entrañas trémulas de frío, esparcidas al viento”.
Yalú, recuerda las mañanas cuando corría sobre bellas montañas, enmarcadas entre los colores del arco iris.  Hoy su recuerdo, forma parte del mágico ayer, que quiere abrirse paso entre la bruma de su desconsuelo, y su inocente infancia, huye despavorida, entre febriles rictus, buscando de su abuelo la perdida sonrisa desdentada, que se quedó dormida en las columnas de humo, que visualiza lejos, como si fueran seres infernales, dementes, que malévolos rugen entre escombros, arrasando a su paso, los cultivos en cierne de maíz, que han sido siempre su fuente principal, para el sustento.
Allí acurrucado inerte, recostado a un árbol limonero, bajo el abrigo de hojas y flores pequeñitas de azahar, “Yalú” duerme envuelto en la cortina de la noche, bajo la absorta mirada de pequeños luceros que iluminan su frente, con suspiros helados como espinas punzantes, que sus gélidas sienes han teñido con gotitas de sangre, y al beso cristalino que se fugó temblando, entre la lágrima de un ángel, las gotitas quedaron trasformadas, en chispas de rubí, sobre la frente del niño solitario de tan solo cinco años, que se quedó dormido para siempre, a quien el sol un día, pintara sus mejillas y con dulce primor, los pies descalzos, que plasmaron sus huellas inocentes, en las entrañas húmedas del fango.
¡Yalú, Yalú!- Acarician tu frente, pequeñas flores blancas de azahar, unas tras otras, se desprenden llorando de las ramas heladas... a prisa se deslizan sobre las hojas frías, temblorosas y tristes, de quien tratara en vano socorrerte y te brindó el refugio de sus ramas caídas, ¡Aquel vetusto árbol limonero que hoy desconsolado, llora tu partida!
               ¡Yalú, Yalú!- El árbol limonero te recuerda, en su follaje verde jugueteando, absorbiendo el aroma de las pequeñas flores de azahar, que hoy te coronan tristes, sollozando.  El limonero, añora tu angelical sonrisa, al descubrir ocultos en sus ramas, nidos plateados y tiernos pajarillos asustados, que fugaces al verte, emprendieron el vuelo y exhibiendo sus plumas de colores, surcaron el azul bello del cielo, para plasmarle una sonrisa hermosa, al astro sol y a todos los luceros.
Hoy, en la madrugada, un pajarillo indígena, de collarcito blanco a quien llaman jilguero, posó sus gráciles patitas en tu frente y ha manchado el plumaje de su cara, con gotitas de sangre que brillan como chispas de  rubí.  En vano el emplumado de canto primoroso, intentó despertarte y ha decidido hacer, su morada de paja, entre el follaje trémulo del limonero, para brindarle al árbol su consuelo, por haber hoy perdido a un buen amigo  y su blanca sonrisa de azahares.
Un río caudaloso de cristalinas aguas, te da la bienvenida cuando te ve pasar, en tu hermosa piragua reluciente de hojas temblorosas, que el sol forjó con filigrana  de oro y decoró con flores perfumadas que llorando cayeron del triste limonar.

Marta Lilián Molano L
http://stores.lulu.com/martamolano

Fragmento de mi libro: El Otoño En Los Ojos de un Niño.

Tres Flores Blancas En el Muladar

Fragmento del cuento:
Daniela fatigada y muy débil abrió la puerta de la humilde habitación, tiró la gorra lejos, dejando en libertad su cabello castaño ensortijado y se quitó las botas militares. Sus pies estaban enrojecidos y con muchas ampollas. Respiró profundamente y miró la fecha en el almanaque que estaba suspendido en la pared, hoy cumplía dieciséis años. Tomó el pequeño álbum de fotos familiares que había en su mochila tirada en un rincón y al mirar en las páginas amarillentas, dos caritas sonrientes la hicieron pensar en su pasado.

Cerró los ojos por un breve instante y un rictus de amargura se dibujó en sus labios que todavía parecían de niña. Los recuerdos de la infancia acudían a su memoria, como un desfile de fantasmas mudos, que danzaban grotescos y burlones, tomados de la mano bajo la tenue luz de una lámpara de kerosén y luego huían despavoridos entre cortinas de humo, ahuyentados por risas infantiles y cantos de gorriones que plasmaron sus notas melodiosas, en la sonrisa cálida de la abuela Isabel.
La brisa calurosa que se filtró entre las grietas de la pared dañada, trajo del muladar cercano un olor añejo a madera podrida, a cigarros y a tufo. El delicado roce de la cola de Peggi su consentida gata parda, ronroneando feliz, sobándose en sus piernas, la hizo volver a la realidad. Tiro el álbum de fotos sobre la mochila­; mirándose al espejo levantó su camisa camuflada y con las manos temblorosas frías, contemplando su vientre levemente abultado, dibujó en el un corazón pequeño, como si pretendiera que la frágil criatura que estaba en gestación, lo mirara y sonriera. Daniela era delgada y su vientre tan pálido y tan suave, como los blancos pétales de una rosa escarchada de rocío. Con agua fría, quiso borrar el rastro de sus lágrimas y luego de servir un poco de alimento en la vasija de Peggi, se tendió en el destartalado catre, colocó la almohada sobre sus ojos y nostálgicamente contempló sus recuerdos.
Una y otra vez veía entre sus sueños el rostro inolvidable de su hermana, los hoyuelos pequeños definiendo con gracia el candor de su risa y su cabello despeinado al viento enredado en las hojas de los árboles, cuando subía en sus ramas para alcanzar los mangos amarillos y curiosear de cerca, los nidos solitarios. La tímida sonrisa dibujada en el pálido rostro de la niña mujer, tendida boca arriba sobre el vetusto catre, más que sonrisa parecía una mueca, un gesto de dolor perdido en el silencio, sin más testigo cerca que Peggi, la consentida gata parda que tierna ronroneaba recostada a sus pies.
Dos años han pasado tan lentos y sombríos, que quisiera arrancar de su memoria todos esos recuerdos, con la facilidad que se desprenden las hojas desteñidas del almanaque de su habitación. Dos años han pasado rasgando la inocencia de su vida, de callado martirio, de violencia y terror, de sollozos ahogados, de ilusiones marchitas y de noches febriles entre rastrojos húmedos que albergaron cadáveres sin nombre, alimañas, serpientes y borrachos lascivos, de violencia y de sexo. Dos años anhelando que el tiempo se hubiera detenido un día antes de su cumpleaños, cuando la abuela regaba su jardín, mientras el exquisito aroma de los naranjales coronados de flores, jugaba en su cabello y en las rígidas trenzas de Mariana, adornadas con cintas de colores. Dos años anhelando ir al colegio, al cine y a la plaza; noches enteras recordando su cálida familia y la comida recién preparada con sabor a laurel, cilantro y leña. Dos años dibujando entre sus sueños la silueta delgada de la abuela, en el umbral lejano de su infancia, cuando tomada de la mano de Mariana, se perdían entre risas y juegos infantiles, en el sendero de los platanales.
Sobre el vetusto catre, Daniela sintió su frágil cuerpo flotando entre las nubes y llegó hasta su oído el ronronear mimado y hechicero de su gatita parda; luego una luz sublime acarició su frente y la canción de cuna que su madre cantaba, invadió las montañas quedándose su eco en los nidos pequeños solitarios y posando sus notas en el pálido vientre nacarado, como si pretendiera arrullar en su seno cristalino marchito, al pequeño capullo que se extingue, sin llegar a nacer.­­
­Austeros han pasado los meses y los años. Los absorbió la tierra cubriéndolos con lluvias y veranos que transformaron su pesada marcha, dando a luz bellos árboles con frutos suculentos de preciosos colores y sabor exquisito. Los pajarillos cantan, hay nuevas mariposas, exóticas iguanas y ardillas con la cola espelucada, pasean tranquilamente por allí.
Desde hace muchos meses, Simón el labrador y la abuela Isabel, han visto con asombro que entre risas y cantos, dos niñas se pasean tomadas de la mano por el sendero de los platanales; las dos parecen ir rumbo a la escuela. A veces correteando, la más pequeña arroja sobre el lecho del río, las cintas de colores que sostienen sus trenzas y su cabello alborotado al viento, se enreda entre las hojas y ramas de los árboles, cuando observa los nidos pequeñitos y procura alcanzar mangos maduros. La otra muy feliz, corriendo junto a ella parece divertirse, en el fallido intento de alcanzarla.
En la morada aquella perdida y solitaria, donde duerme Daniela para no despertar, el muladar cercano se vistió de alegría y primavera. Dicen que han escuchado a dos niñas cantar y la sonrisa tierna de un pequeño bebé, se esparce con la brisa y traviesa se esconde entre las grietas de la pared raída de la casita vieja. Justo desde ese día que marca el almanaque que se haya suspendido en la pared, despertaron tres flores primorosas, radiantes y divinas... Blancas como la nieve y las perlas de nácar que parecen sonrisas brotando de una herida muy profunda en el mar… “Coincidencia casual” ¿Quién lo diría?

“¡Tres Flores Blancas en el Muladar!”

Fragmento del libro El Otoño En Los Ojos De Un Niño (Género: Poesía)

Marta Lilián Molano L