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jueves, 17 de enero de 2019

Yamba mi Dulce Mascota


Pensé comprar un salchicha, hasta que llegó a mi casa una escuálida perrita con pulgas y garrapatas a enseñarme una lección: 
“El amor no tiene raza”.

Caminando por el bosque anexo a nuestra finca, mi esposo se detuvo al escuchar algunos ladridos procedentes de un lugar cercano. Buscó entre los matorrales y descubrió a una perrita de pocas semanas de nacida. Tenía el cordel rojo de su cuello enredado a un arbusto. La pequeña hizo de este encuentro toda una algarabía sin dejar de mover la colita. Su ángel la desató. Tras compartir con ella la merienda, la guardó en su morral, y silbando feliz regresó hasta su casa.
En aquel exhaustivo primer baño, cientos de pulgas se ahogaron entre tinte de lodo y perfumada espuma de champú.
Yamba no tiene clase ni una raza especial. Es una criollita ordinaria, traviesa y bella. Hay quienes me lo han dicho escuetamente:
- “Ella es solo una perra tinaquera”
- ¡PERO ES MI CONSENTIDA! –les respondo-
Pienso que nuestras mascotas nos dan grandes lecciones: “Son tan genuinas en sus sentimientos”. No existe en ellas un motivo especial para querernos, un interés ajeno a su propia inocencia, amor y gratitud.
Yamba ha sido mi fiel compañera desde hace cuatro años. Me ha inspirado a escribir heroicas hazañas de las cuales es mi protagonista. Hemos jugado y corrido juntas. Molesta le reñí  cuando en su primer celo se fugó de la casa igual que adolescente enamorada. Y la atendí en su parto con maternal amor. Corrí más de una vez  perseguida por sus ocho cachorros ladrando tras de mi ¡Y fue muy divertido!
Ahora nuestra vida ha dado un giro que nunca imaginé. Yamba ha quedado ciega. Ya sus ojos no brillan como antes. Puntualmente a las cuatro de la tarde me recuerda que es hora de pasear.  Ladra, me encuentra y coloca su manita en mi muslo. Le agrada que le hable y le diga que ella es mi princesita consentida. De esta forma se siente protegida y percibe mi amor. Así día tras día, sin prisa, muy contenta camina junto a mí.
¡Mi querida mascota es realmente admirable! Hay un vínculo fuerte entre las dos. No lo puedo negar: también a veces tiene instintos muy salvajes…
Recuerdo cuando hace algunos meses los pollitos  empezaron a desaparecer del gallinero. Como por arte de magia las plumitas quedaban volando por ahí. Me convertí en  cómplice y defensora de mi preciosa Yamba.  Más de una vez la regañé por enseñarle a  cazar gallinas a su hija “La dulce Magdalena”, lo que desató una tragedia que llenó de dolor mi corazón. Pero eso es otra historia que después contaré.

©Marta Lilian Molano
           Talita Mar


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